El viaje: ¿Hacia dónde vamos?

    El viaje: ¿Hacia dónde vamos?

    Una de las mayores preguntas retóricas que se le puede hacer a cualquier ser humano es una que el Corán nos pregunta:

    Entonces, ¿hacia dónde vas?1

    Hay tres requisitos básicos para alcanzar un objetivo:

    1. Saber cuál es la meta
    2. Identificar los medios o el camino para llegar a la meta
    3. Alcanzar la meta a salvo

    Antes de descubrir el islam, mi mayor problema era que no sabía cuál era mi verdadero objetivo. Crecí en el centro de Londres en la década de 1950. Ya la Segunda Guerra Mundial se había acabado y todo el mundo quería disfrutar de la paz que se acababa de ganar. Había muchas oportunidades para ser feliz y divertirse, especialmente por donde yo vivía – cerca de Piccadilly Circus y Oxford Street – una zona llena de teatros, cines, clubes, tiendas, hoteles y restaurantes.

    Pronto me di cuenta de que el mundo era un lugar inmenso y no había certeza de que alguna vez sería capaz de disfrutar de la vida porque se necesitaba dinero para hacerlo. Todo lo que tenía era una gran imaginación y cierta habilidad con una pluma y un pincel para comunicarme a través del arte.

    La explosión musical de los años 60 fue la oportunidad perfecta para coger una guitarra y perseguir mis sueños para encontrar la riqueza y la felicidad. Elegí llamarme a mí mismo ‘Cat‘ y tuve mucha suerte de hacer un disco que vendió miles de copias. Pronto tuve un gran éxito y fui considerado una de las estrellas emergentes del pop. Pero esto no duró mucho tiempo. Después de un año de mucho éxito me enfermé de tuberculosis y me llevaron al hospital. Luego vino una gran pregunta a mi mente: -¿Qué habría pasado si me hubiera muerto?; ¿Hacia dónde iba?- .

    La pregunta me llevó a la extensa búsqueda de una respuesta satisfactoria. Había estudiado el cristianismo en la escuela, pero todavía tenía muchas dudas, así que estudié acerca del budismo. Después de un rato empecé a escribir y a cantar canciones nuevas sobre mi viaje espiritual y a la gente le empezó a gustar mi música, incluso más que antes.

    Los Estados Unidos y Europa amaron mi mensaje. Canté los pensamientos y las esperanzas de mi generación, que soñaba con un mundo más pacífico y feliz. Aunque gané mucho dinero y mucha gente me quería a mí y a mi música, no estaba satisfecho. Seguí buscando la respuesta a mis preguntas; continué leyendo más libros sobre diferentes filosofías y caminos espirituales.

    Luego, a mediados de los años 70, cuando estaba nadando en el Océano Pacífico tuve una experiencia que cambió mi vida para siempre. La marea estaba muy alta ese día y yo estaba perdiendo todas mis fuerzas para mantenerme a flote. No había nadie que me pudiera ayudar en ese momento. Así que miré hacia el cielo celestial y oré: “¡Oh, Dios! Si me salvas, trabajaré para ti”. Enseguida una ola llegó por detrás mío y me empujó hacia adelante. En cuestión de un minuto logré encontrar mis fuerzas y llegar de vuelta a tierra y a salvo. Fue después de esto que mi hermano visitó Jerusalén y vio la Mezquita y la forma hermosa de rezar que tenían los musulmanes. Volvió y me trajo un Corán de regalo para que lo leyera. Mi respuesta había llegado. El capítulo inicial del Corán me enseñó las respuestas de los tres pasos hacia la meta de la felicidad. En primer lugar, en Al-Fatihah, me dijo que el propósito de la existencia es conocer y alabar al único Dios, Señor y Rey de todo el universo. En segundo lugar, me dijo que el camino para alcanzar la felicidad eterna se encontraba siguiendo el Sendero Recto de regreso a Él. Luego, en tercer lugar, el resto del Corán explica los detalles de cómo alcanzar ese objetivo.

    Hice mi shahadah y me convertí al islam en 1977. Eran una época hermosa y acababan de construir una mezquita nueva en Londres, pagada por el rey de Arabia Saudita. Fue el año más feliz para mí pudiendo ser dejado en paz para aprender mis oraciones y fortalecer mi conocimiento. Quería completar mi islam entonces ayuné y pagué mi zakat. Pero no mucho tiempo después, visitar la Casa de Dios en La Meca y cumplir con el deber del Hayy se convirtieron en mis mayores deseos. Así que en 1980 fui a la Embajada de Arabia Saudita en Belgrave Square y obtuve una visa. Luego reservé mi tiquete y empecé a leer rápidamente sobre los rituales que tendría que realizar allá.

    Cuando el avión estaba aterrizando en Jeddah, una sensación abrumadora me envolvió con un gran de sentido de propósito y destino. Mi viaje había alcanzado un clímax terrenal y por fin había llegado a las arenas doradas y brillantes y a la cuna del islam; la tierra sagrada donde Abraham había dejado a su primer hijo, Ismael y su madre, Hajar, la paz sea con ellos. Aquí fue donde sentí el ambiente y la cercanía a el propósito de toda mi vida: siguiendo los pasos del último profeta Mahoma, la paz sea con él.

    Mi corazón sintió humilde cuando reflexioné acerca del privilegio que era haber sido elegido entre miles de millones de personas para visitar la Santa Casa La Ka’bah – y orar en el mismo lugar donde Abraham e Ismael lo habían hecho; donde habían levantado, con sus propias manos, las piedras benditas y habían construido esas cuatro paredes cuboides. El sentimiento era indescriptible. Parecía que no había distancia física entre Dios y yo.

    “¡Labbaik! Estoy aquí (a tu servicio), ¡oh, mi Señor, ¡estoy aquí!”. Al regresar a Londres, el mundo me parecía distinto – era duro e implacable. Los conflictos y las guerras estaban incrementando y el nombre del islam estaba siendo denigrado por los medios cada vez más. Mi deseo era compartir el sentimiento de paz y felicidad que había encontrado. Así que empecé a trabajar en da’wah, en la educación y en el alivio. Había detenido mis actividades musicales debido a ciertas dudas, a pesar de que no había nada específico en el Corán acerca de este tema y la palabra música nunca fue mencionada explícitamente.

    A la misma vez, el imán Al-Azhari, de la mezquita central, me dijo que podía continuar dentro de ciertos límites morales. Pasaron los años y, debido al creciente antagonismo entre las culturas occidentales y musulmanas, me di cuenta de que se necesitaba recuperar la armonía y la amistad entre las naciones y los pueblos. La gente en Occidente todavía está buscando la felicidad, pero los medios de comunicación les han enseñado a creer que nunca la podrían encontrar en el islam.

    Estudié profundamente el tema y decidí volver a cantar mi canción ‘Peace Train’. También escribí un libro llamado “¿Por qué todavía llevo una guitarra?” para evidenciar que está permitido tener diferentes opiniones con respecto a ciertas áreas de la Shari’ah. Hay muchas maneras de trabajar para Dios y regresar al medio de la música y las plataformas de comunicación modernas era muy importante. El Profeta, la paz sea con él, dijo: “Habla a la gente de acuerdo con el nivel que entienden, ¿quieres que Dios y su mensajero sean rechazados?”2

    Hay mucho que enseñar sobre el Islam y la paz y la felicidad que puede brindar a la humanidad. Pensemos en esto: ¿cuántas personas saben que hay cuatro meses sagrados del año en los que Alá prohíbe la lucha y la guerra en el Corán? Principalmente, esto tenía el propósito de que las tribus y las personas viajen a La Meca sin temor a un ataque, respondiendo al llamado de Abraham de adorar a Dios en paz y unidad. Imagínese si todas las naciones del mundo adoptaran esta fórmula y se permitiera a la gente respirar un aire de paz, dedicarse a sus asuntos y regresar con sus familias nuevamente sin temor a bombas o balas durante un tercio del año. ¿No les haría pensar dos veces antes de ennegrecerse la cara, coger armas y volver a sumergirse en las trincheras? Entonces podrían darse cuenta de que el Islam tiene mucho que ofrecerles.

    Sí, los musulmanes todavía tenemos tanto que aprender como enseñar.


    1 El Corán, Al-Takwir (El Arrollamiento) 81:26
    2 Sahih Al-Bujari