Así Fue la Verdadera Conquista del Occidente

    Así Fue la Verdadera Conquista del Occidente

    Desde que devolví los peligrosos caminos de tierra del mundo del entretenimiento en el 2006, con una barba agraciada y larga, mientras balanceaba una vela parpadeante sobre el clavijero de mi guitarra -alguna vez abandonada-, no he tenido una experiencia muy fácil intentando explicar mi aparente relocalización cultural y mi elección religiosa. Hoy por hoy, mientras que las nubes negras retumban con la guerra, el zumbido de los drones recorre los cielos como una sombra fantasmagórica, y los truenos y rayos se embaten entre sí mientras las bombas sujetas a los suicidas que se inmolan explotan a nuestro alrededor, se hace aún más difícil. 

    Quizás tuve mucha suerte al poder descubrir el islam en 1977, antes de la Revolución Iraní, cuando los musulmanes eran menos visibles y el mensaje espiritual del este estaba menos manoseado por eventos políticos y titulares violentos. Dada la oportunidad de estudiar la Revelación y no la Revolución, el resultado –Dios mediante- hubiera sido el mismo. Como alguien dijo sabiamente:

    “No conocerás la verdad mirando a otras personas; conoce la verdad y luego reconocerás a sus seguidores”

    Desde el 11 de septiembre (2001) hasta hoy, con el surgimiento de ISIS y el aumento de atentados abominables ocurriendo en todo el mundo bajo la supuesta bandera del islam, quizás no sorprenda que haya vuelto a cantar, ¿no?.  Simplemente porque es ese lugar al que las personas pueden recurrir para volver a escuchar las melodías de paz y esperanza optimista de antaño. Esos sentimientos de los años sesenta no parecen tener signos vitales en este universo caótico de redes sociales y la aparente infinidad de opciones del streaming musical – este último con más de treinta millones de canciones gritándonos para ser escuchadas. 

    La sobreoferta de nuevas tecnologías –como el streaming digital, las casas robóticas, y los autos eléctricos que se manejan solos- necesitan nuevas legislaciones que las acomoden y acompañen. Quienes hoy se encargan y encargarán de eso deben lidiar con problemas complejos de escala y proporción mundial, inmiscuidos dentro de las realidades sociales, políticas, religiosas, e históricas en pugna – como dos personas intentando compartir un mismo par de pantalones.  

    El conflicto social más grande de la actualidad no es una disputa entre civilizaciones, sino el choque entre conceptos y la ignorancia con respecto a la ley, sus limites, y sus aplicaciones. La historia y el desarrollo de sistemas legales, desde los días de Hammurabi en Mesopotamia hasta la Declaración Universal de los Derechos Humanos, son procesos largos y profundamente complejos. No estoy calificado para hablar de ellos con conocimiento de causa, excepto lo que concierne el movimiento anti-establishment de los sesenta y la religión del islam –de los que he sido estudiante; un viaje desde la tierra del amor libre y la materialidad del adiós, hasta un universo mucho menos florido pero de altísimo contenido espiritual y experiencia devota de vida – donde no se necesita pensar en el adiós, mucho menos pronunciarlo. 

    Contrariamente a lo que presuponen algunos “eruditos” anti-musulmanes –que la psicodelia me volvió loco o que la capacidad de discernimiento intelectual se fue por el camino de la pipa de la paz- yo les pido que reflexionen y que se den cuenta de que muchas cosas no son lo que parecen, sobretodo cuando se las inserta dentro de una narrativa de noticias que alimentan el conflicto político-cultural entre las primeras líneas de poder de Occidente y Oriente. No. Al contrario, ha sido un ejercicio sesudo desarrollado a lo largo de toda una vida, donde he intentado lidiar con la realidad de mi propio fracaso y me he esmerado por suplir mis deficiencias con el mejor de mis esfuerzos. Todo ello gracias a las aptitudes y el conocimiento disponible que me dio Dios en aquel momento. 

    En clara contraposición a la microscópica y distorsionada visión de quienes cometen atrocidades en contra de la civilización en cualquier lugar el mundo, el verdadero mensaje del islam no es forzar a todos a conformarse a un conjunto rígido de leyes aplicable a todas las jurisdicciones por igual. Antes de que el Profeta dejara este mundo atrás (la paz sea con él) en uno de los últimos capítulos en ser revelados del Corán, Dios establece claramente que hay distintos tipos de leyes que cuya coexistencia él ha permitido, como podemos leer en el siguiente verso 

    “…A cada nación de vosotros le hemos dado una legislación propia y una guía. Y si Allah hubiera querido habría hecho de vosotros una sola nación, pero quiso probaros con lo que os designó. Apresuraos a realizar buenas obras. Compareceréis ante Allah, y Él os informará acerca de lo que discrepabais.” (El Corán, 5:48) 

    Las leyes pueden y deben ser interpretadas dentro de un contexto global, que incluye, necesariamente, el lugar y el momento en el que vivimos. Este es también un ejemplo jurídico islámico, pero uno que ciertos interpretadores literales y seguidores de ciertos académicos rígidos deciden saltar cuando les conviene. Buscar el mejor resultado, aquel que implica el menor daño para la mayor cantidad de gente posible, es un principio sabio y prudente. En la ley islámica se le conoce como Ihstihsan o “la búsqueda del bien común”. El objetivo de esta se encuentra en los artículos de la Carta Magna y la Declaración de Derechos, que formaron la base de sistemas democráticos de gobierno y de leyes desarrolladas en países como Inglaterra, los Estados Unidos, y Francia. 

    Personalmente, yo me siento  aficionado a la descripción de ley acuñada por Immanuel Kant: “Ley es la suma de las condiciones bajo las cuales los deseos de una persona se pueden conjugar con los deseos de otra, de acuerdo a la ley universal de la libertad.”

    Se parece al viejo axioma, ¿no? Jesús dijo: “Haz a los demás todo lo que quieras que te hagan a ti.”  El Profeta Mahoma también dijo: “Ama para tu hermano aquello que amas para ti.” Es raro que hoy la religión no sea vista como una guía para vivir una vida en paz y en armonía con otros y con la naturaleza, sino más bien como una predisposición competitiva del estilo “soy mejor que tú”. Esto solo deja en claro que se ha perdido el significado verdadero de la religión, no que la religión en sí misma sea la causa de nuestros malestares actuales. 

    Mantener la justicia, el orden, la libertad, y la paz entre los habitantes que coexisten en el planeta debería ser el objetivo principal de la ley y de cualquier guerra lamentable que se libre para lograrlo.  Al final, Dios le brinda éxito a los pueblos y naciones que se comprometen con la ley.

    Así fue la verdadera conquista del Oeste. Billy El Niño, el forajido, debió enfrentarse a la ley. El destino no será menos misericordioso con esos afligidos y perturbados portadores de bombas y ametralladoras que apuestan sus almas en el casino del yihad. Les sería beneficioso recordar el dicho del Profeta Mahoma (la paz sea con él), cuando un devoto le pidió consejos de manera persistente, a lo que él enfáticamente contestó: “No tengas rabia, no tengas rabia.”